Le gustaba mucho andar en transporte público. Le encantaba imaginar historias con la gente que allí veía. Jugar como un dios con sus vidas. A veces se perdía en los ojos tristes de las personas, a veces una sonrisa de un niño la llenaba de alegría.
El primer autobús del día lo tomaba temprano, cuando todo estaba aún oscuro, a eso de las 5:40 para ir a la escuela. Obedeciendo a su madre, siempre se sentaba en los primeros asientos, aunque ella prefería los de atrás porque desde allí podía observarlos a todos. Ese día en especial se dedicó a leer un libro que la tenía atrapada, porque eso hacen los buenos libros: aprisionarte en sus palabras dándote la libertad de la imaginación. Siempre contemplaba a quien se sentaba a su lado, pero ese día sólo miro desprevenidamente, sin detallar, viendo sólo el libro que llevaba en la mano (que era de Derecho penal) y luego se desentendió del asunto. Una que otra vez miraba hacia la ventana para calcular cuánto le faltaba por llegar y cuántas hojas leídas representaría esa distancia.
Cuando llegaba a su destino terminó con un capítulo y decidió pausar su lectura. Miró de reojo a quien estaba al lado y vio cómo él, sin la menor vergüenza, frotaba su sexo con ambas manos... Milésimas de segundo después fue consciente de lo que acaba de ver, sus ojos se abrieron tanto por el desconcierto que parecía que se podía ver el universo a través de ellos. Cientos de cosas le pasaron por la mente: primero dudó de lo que había visto. Sólo fue un instante la mirada, ni un segundo. Luego, ocultando sus ojos con su cabello volvió a mirar... y confirmo lo que había visto antes. Se inmovilizó automáticamente, sólo sus ojos daban vueltas mirando de un lado a otro, previniendo que el tipo no se diera cuenta que ella había notado lo que estaba haciendo. Se imaginó distintas reacciones. Pensó qué tan bueno resultaría gritar o acusarlo ante todos por lo que estaba haciendo. Pero inmediatamente advirtió que ella junto al tipo y al conductor eran los únicos que ocupaban el autobús y le dio miedo gritar. Reconsideró la idea, pero el tipo podía perfectamente cerrar su cremallera y negarlo todo. Pensó en cuántas personas habían pasado por lo mismo. Pensó en cuántas personas habrán sido violadas. Sintió asco e impotencia. Todo eso en menos unos cuantos segundos.
Se levantó; cuando dirigió la mirada hacia el tipo, él se había puesto un bolso que traía sobre su sexo, ocultando seguramente su erección, y le estaba dando paso para salir. Lo miró a los ojos, era un hombre cobarde. Se bajó del autobús. Respiró profundo, miró todo a su alrededor y soltó una lágrima.
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