Amélie, una joven de 22 años, siempre soñó el resto de sus días al lado del hombre que amaba —aunque todavía no lo había encontrado— en una pequeña casa en medio de la nada con un gran jardín, adornado con todo tipo de flores: margaritas, rosas, crisantemos y muchas flores de loto, sus favoritas. Esa era su pasión disfrutar de como una pequeña semilla, sin ninguna belleza en especifica se podía transformar en algo tan hermoso como una flor. En su apartamento tenía muchas flores a cada una les daba un trato especial, sentía que su presencia la llenaba de vida.
Amélie tenía una rutina: se levanta a las 7, dedicaba exactamente treinta minutos a hacer ejercicios, a las 8 ya estaba lista para desayunar, después de hacerlo partía hacia la universidad. A la 1 almorzaba, cuando terminaba iba a una tienda de música donde trabajaba de 2 a 6:30, a las 7 estaba de nuevo en su apartamento donde cenaba y se dedicaba a hablar con sus plantas hasta que quedaba dormida.
A pesar de su soledad, Amélie era feliz, lo era porque disfrutaba de lo que tenía y porque al final de su vida no estaría sola.
Un día salió temprano de la universidad, así que decidió caminar por el parque, aunque muchos pensaban al verla que no estaba del todo bien, le encantaba oler todas las flores que allí había. Tenía la teoría de que las flores cambiaban de olor con su estado de ánimo. De repente sintió que caía en un abismo mientras olía una flor de loto, al despertarse estaba en una camilla sin entender lo que sucedía. Pasados dos minutos entro el médico a comunicarle lo sucedido, su cáncer de páncreas había hecho metástasis, es un cáncer asintomático por eso no había sentido nada antes, tan sólo le quedaba una semana de vida. Todo el futuro que en su mente había construido con un leve temblor se vino al piso. Se sentía perdida en el tiempo y en el espacio, su mente se alejó del mundo.
Con la muerte llega la compañía, con la noticia toda su familia fue a visitarla, se habían puesto de acuerdo para que no fueran todos juntos para que Amélie no creyera que sólo la visitaban por su inevitable pronta muerte. A ella poco le importaba eso, le era indiferente lo que sucedía a su alrededor, lo único que le importaba era tener sus flores junto a ella. Sintiendo lástima por ella accedieron a su petición, con la noticia seguro había perdido la razón.
Al cabo de una semana Amélie seguía viva, aunque no lo decía pensaba que era por las flores. Todos tuvieron que abandonar sus vidas para acompañarla, pero como no se había muerto todos se marcharon, ya iban a tener tiempo de volver a visitarla.
Cuando finalmente todos se fueron, sólo acompañada por sus flores Amélie se sumió en un sueño profundo, había llegado quien faltaba. La mañana siguiente al entrar la enfermera percibió un extraño olor, desconocido para ella, emanaba de las flores. Allí estaban ellas, pero no Amélie.
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