Le gustaba mucho andar en transporte público. Le encantaba imaginar historias con la gente que allí veía. Jugar como un dios con sus vidas. A veces se perdía en los ojos tristes de las personas, a veces una sonrisa de un niño la llenaba de alegría.
El primer autobús del día lo tomaba temprano, cuando todo estaba aún oscuro, a eso de las 5:40 para ir a la escuela. Obedeciendo a su madre, siempre se sentaba en los primeros asientos, aunque ella prefería los de atrás porque desde allí podía observarlos a todos. Ese día en especial se dedicó a leer un libro que la tenía atrapada, porque eso hacen los buenos libros: aprisionarte en sus palabras dándote la libertad de la imaginación. Siempre contemplaba a quien se sentaba a su lado, pero ese día sólo miro desprevenidamente, sin detallar, viendo sólo el libro que llevaba en la mano (que era de Derecho penal) y luego se desentendió del asunto. Una que otra vez miraba hacia la ventana para calcular cuánto le faltaba por llegar y cuántas hojas leídas representaría esa distancia.
Cuando llegaba a su destino terminó con un capítulo y decidió pausar su lectura. Miró de reojo a quien estaba al lado y vio cómo él, sin la menor vergüenza, frotaba su sexo con ambas manos... Milésimas de segundo después fue consciente de lo que acaba de ver, sus ojos se abrieron tanto por el desconcierto que parecía que se podía ver el universo a través de ellos. Cientos de cosas le pasaron por la mente: primero dudó de lo que había visto. Sólo fue un instante la mirada, ni un segundo. Luego, ocultando sus ojos con su cabello volvió a mirar... y confirmo lo que había visto antes. Se inmovilizó automáticamente, sólo sus ojos daban vueltas mirando de un lado a otro, previniendo que el tipo no se diera cuenta que ella había notado lo que estaba haciendo. Se imaginó distintas reacciones. Pensó qué tan bueno resultaría gritar o acusarlo ante todos por lo que estaba haciendo. Pero inmediatamente advirtió que ella junto al tipo y al conductor eran los únicos que ocupaban el autobús y le dio miedo gritar. Reconsideró la idea, pero el tipo podía perfectamente cerrar su cremallera y negarlo todo. Pensó en cuántas personas habían pasado por lo mismo. Pensó en cuántas personas habrán sido violadas. Sintió asco e impotencia. Todo eso en menos unos cuantos segundos.
Se levantó; cuando dirigió la mirada hacia el tipo, él se había puesto un bolso que traía sobre su sexo, ocultando seguramente su erección, y le estaba dando paso para salir. Lo miró a los ojos, era un hombre cobarde. Se bajó del autobús. Respiró profundo, miró todo a su alrededor y soltó una lágrima.
martes, 18 de septiembre de 2012
miércoles, 22 de agosto de 2012
Rutina
Suena el despertador, lo miro con desprecio. Aplazo la alarma por 5 minutos. Suena de nuevo, ya no puedo seguir esperando más. Me despierto como todo aquel que perdió la esperanza, me despierto odiando la vida. Detestando todo, pero con una sonrisa en el rostro para pasar desapercibido. Es increíble cómo con una sonrisa se logra engañar al mundo. Me baño, el sonido del agua cayendo en el piso logra perderme durante algunos minutos. Me miro la cara en el espejo tratando de reconocerme, en vano lo hago; nunca logro encontrar a alguien allí. Me pongo el uniforme, siempre la misma maldita ropa todos los días para ir a trabajar. Desayuno, cojo las llaves, salgo a la calle. Espero los 3 minutos que se demora en pasar el autobus, el conductor me saluda amablemente. No necesito decirle dónde queda mi parada, ya la sabe perfectamente. Me siento en el último puesto, tomo el libro y empiezo a leer.
En el trabajo no hago mayor esfuerzo, estar sentado durante 11 horas recibiendo llamadas no es la gran cosa (tomo horas extras porque no tengo absolutamente nada que hacer en casa). Pero por lo menos me evita el contacto corporal con otras personas. Además por teléfono nunca nadie pregunta nada personal. No me puedo quejar de la remuneración, me alcanza para vivir cómodamente.
Dan las 7 de la tarde, espero que todos se vayan para ser el último en salir y no tener que despedirme de nadie. A esa hora el autobus se demora unos 10 minutos en pasar, y siempre pasa atestado de gente, pero el conductor nunca se olvida de mi. Tomo el libro y empiezo a leer, siempre me evita tener conversaciones incómodas. Me despido del conductor. Llego a casa, todo tal cual a como lo dejé en la mañana, sólo que ahora todo está oscuro. Ceno acompañado del televisor encendido, no veo qué pasan, pero su ruido le resta soledad a la casa. Me quito la ropa, me baño; está vez sólo me veo pocos segundos en el espejo. Me acuesto, verifico que la alarma esté activada. Me duermo.
Ignoro si pasó un nuevo día o si me quedé atrapado en el tiempo despertando cada mañana en la misma fecha.
lunes, 16 de julio de 2012
La escuela
Excelentes estudiantes que se decepcionan por los mediocres profesores que tienen y excelentes profesores que se decepcionan por los mediocres estudiantes que les tocan.
Siempre odie la escuela, motivos de sobra tengo. Pero el más importante, sin duda, es lo poco que he aprendido. Algunos de mis compañeros al leer esto se incomodarán y dirán que soy una arrogante porque he sido la mejor estudiante durante años y al decir que he aprendido poco los dejo mal parados a ellos, pero creo que precisamente mi sed de conocimiento es lo que me ha permitido llegar a ésa conclusión.
Analizando los estudiantes que se han destacado en mi escuela he podido observar que quienes resaltan en lo académico son aquellos estudiantes que no se quedan con lo que les brinda la escuela, van mucho más allá, y es que con toda razón, la escuela no llena plenamente las ganas de conocimiento que están a flor de piel. La mayoría de cosas que estos estudiantes saben con plenitud la han aprendido por fuera de la escuela, quizás en ella escucharon hablar por primera vez de algún tema, pero llegaron al conocimiento cuando se atrevieron a indagar por fuera de ella. ¿Qué lleva a ésos estudiantes a investigar por fuera de la escuela? ¿Por qué esa sed de conocimientos? Las ansías de aprender se cultivan desde el hogar, esos padres que no mataron la curiosidad de sus hijos pueden ver los resultados más adelante. Es fundamental que desde el hogar y desde el primer momento que el niño abre sus ojos se le eduque y se alimente su creatividad, curiosidad y su autoestima. Todo esto nos lleva a otra pregunta: ¿qué pasa con aquellos estudiantes que le dedican tiempo al estudio, realmente están interesados por aprender, pero sus resultados no son los mejores? Nos demuestra que, simplemente, el gran problema es el sistema.
Si examinamos detalladamente todo el proceso educativo de una persona, vemos que hay falencias en cada una de las etapas. La escuela no falla por si sola, falla la familia, falla la sociedad, y falla el individuo en cuestión. Ahora bien, desde la escuela se puede hacer muchísimo más de lo que se está haciendo. Nuestro sistema de educación es pobre, denigrante e indignante. En el estudiante, y hasta en la Ministra de Educación —pasando por todos los cargos que hay entre estos dos— vemos un desinterés que va de la mano con la mediocridad. Es obvio que hay sus excepciones, profesores completamente comprometidos con sus estudiantes, docentes que se desligan, en lo posible, de los estándares de la educación y logran dentro del aula de clase una pequeña revolución, de ésas que necesitamos tanto. No obstante, cuando se habla de educación necesitamos mucha más que pequeñas revoluciones.
Dicen que no existen malos estudiantes, sino malos profesores. Adagio lleno de verdad, pero también de mentira. Hay malos estudiantes, pero creo que hay más malos profesores. Y la responsabilidad de esto la tiene el gobierno. ¿Cómo es posible que una persona sólo le baste un título profesional, sin ningún conocimiento en pedagogía y docencia, y pasar un examen para ser llamado profesor en éste país? Una total ofensa para quienes han dedicado su vida en el arte de enseñar, una ofensa para mi, una ofensa para ti, una ofensa para la sociedad. La docencia es una vocación, algo que se debe amar hacer y el hecho que cientos de personas la ejerzan sin sentir pasión alguna nos ha mostrado sus graves consecuencias.
Siempre odie la escuela, motivos de sobra tengo. Pero lo más importante, es trato de luchar contra eso. La base de toda sociedad es la educación de su gente, por eso nuestro país está tan jodido. Pero lamentarse no basta, hay que analizar los problemas, identificar cuáles son los factores que los generan y, lo más importante de todo, actuar para solucionarlos. Desde tu posición puedes aportar al cambio, somos pequeñas gotas de agua que juntas podemos convertirnos en esa ola que sacuda a la sociedad.
Siempre odie la escuela, motivos de sobra tengo. Pero el más importante, sin duda, es lo poco que he aprendido. Algunos de mis compañeros al leer esto se incomodarán y dirán que soy una arrogante porque he sido la mejor estudiante durante años y al decir que he aprendido poco los dejo mal parados a ellos, pero creo que precisamente mi sed de conocimiento es lo que me ha permitido llegar a ésa conclusión.
Analizando los estudiantes que se han destacado en mi escuela he podido observar que quienes resaltan en lo académico son aquellos estudiantes que no se quedan con lo que les brinda la escuela, van mucho más allá, y es que con toda razón, la escuela no llena plenamente las ganas de conocimiento que están a flor de piel. La mayoría de cosas que estos estudiantes saben con plenitud la han aprendido por fuera de la escuela, quizás en ella escucharon hablar por primera vez de algún tema, pero llegaron al conocimiento cuando se atrevieron a indagar por fuera de ella. ¿Qué lleva a ésos estudiantes a investigar por fuera de la escuela? ¿Por qué esa sed de conocimientos? Las ansías de aprender se cultivan desde el hogar, esos padres que no mataron la curiosidad de sus hijos pueden ver los resultados más adelante. Es fundamental que desde el hogar y desde el primer momento que el niño abre sus ojos se le eduque y se alimente su creatividad, curiosidad y su autoestima. Todo esto nos lleva a otra pregunta: ¿qué pasa con aquellos estudiantes que le dedican tiempo al estudio, realmente están interesados por aprender, pero sus resultados no son los mejores? Nos demuestra que, simplemente, el gran problema es el sistema.
Si examinamos detalladamente todo el proceso educativo de una persona, vemos que hay falencias en cada una de las etapas. La escuela no falla por si sola, falla la familia, falla la sociedad, y falla el individuo en cuestión. Ahora bien, desde la escuela se puede hacer muchísimo más de lo que se está haciendo. Nuestro sistema de educación es pobre, denigrante e indignante. En el estudiante, y hasta en la Ministra de Educación —pasando por todos los cargos que hay entre estos dos— vemos un desinterés que va de la mano con la mediocridad. Es obvio que hay sus excepciones, profesores completamente comprometidos con sus estudiantes, docentes que se desligan, en lo posible, de los estándares de la educación y logran dentro del aula de clase una pequeña revolución, de ésas que necesitamos tanto. No obstante, cuando se habla de educación necesitamos mucha más que pequeñas revoluciones.
Dicen que no existen malos estudiantes, sino malos profesores. Adagio lleno de verdad, pero también de mentira. Hay malos estudiantes, pero creo que hay más malos profesores. Y la responsabilidad de esto la tiene el gobierno. ¿Cómo es posible que una persona sólo le baste un título profesional, sin ningún conocimiento en pedagogía y docencia, y pasar un examen para ser llamado profesor en éste país? Una total ofensa para quienes han dedicado su vida en el arte de enseñar, una ofensa para mi, una ofensa para ti, una ofensa para la sociedad. La docencia es una vocación, algo que se debe amar hacer y el hecho que cientos de personas la ejerzan sin sentir pasión alguna nos ha mostrado sus graves consecuencias.
Siempre odie la escuela, motivos de sobra tengo. Pero lo más importante, es trato de luchar contra eso. La base de toda sociedad es la educación de su gente, por eso nuestro país está tan jodido. Pero lamentarse no basta, hay que analizar los problemas, identificar cuáles son los factores que los generan y, lo más importante de todo, actuar para solucionarlos. Desde tu posición puedes aportar al cambio, somos pequeñas gotas de agua que juntas podemos convertirnos en esa ola que sacuda a la sociedad.
sábado, 30 de junio de 2012
Libros y lluvia
Hace un par de días, mi tío y yo decidimos registrar las cajas viejas llenas de libros en la casa de mi abuela. Dentro de ellas habían ejemplares de clásicos como: Cien años de soledad, Pedro Páramo, La Eneida, y muchos otros de filosofía que mandan a leer en bachillerato. Nos dividimos los libros por igual, con la condición que al terminar de leerlos intercambiaríamos.
Decidí empezar leyendo uno de García Márquez. Una tarde empezó a llover a cántaros, clima perfecto para empezar a leer el libro. Lo tomé, me senté en el piso en la esquina de mi cuarto junto a la ventana para disfrutar del mejor lugar donde se escuchaba la lluvia en mi casa. Contemplé la lluvia por 5 minutos que parecieron horas. Palmé el libro, lo olí. Abrí la primera página donde aparece el nombre del libro en grande, recordándonos lo que estamos a punto de empezar a leer. A la siguiente página en la parte inferior derecha aparecía el número 7. Al libro le faltaban las primeras 6 páginas.
Decidí empezar leyendo uno de García Márquez. Una tarde empezó a llover a cántaros, clima perfecto para empezar a leer el libro. Lo tomé, me senté en el piso en la esquina de mi cuarto junto a la ventana para disfrutar del mejor lugar donde se escuchaba la lluvia en mi casa. Contemplé la lluvia por 5 minutos que parecieron horas. Palmé el libro, lo olí. Abrí la primera página donde aparece el nombre del libro en grande, recordándonos lo que estamos a punto de empezar a leer. A la siguiente página en la parte inferior derecha aparecía el número 7. Al libro le faltaban las primeras 6 páginas.
sábado, 31 de marzo de 2012
La cruz no alivia
Para ir al colegio siempre me toca caminar varias calles abajo para poder coger el bus vacío. Al frente de donde espero está ubicada la iglesia del barrio. Hoy, estaban dando una misa, ¿el motivo? Empieza Semana Santa.
Me entretuve un rato viendo los rostros de los feligreses a través de grandes y cristalinas ventanas; fe y culpa era lo que veía en sus ojos. Cuando el sacerdote dio la orden de la iniciación de la lectura del evangelio todos por inercia, mecánicamente, como si lo hicieran sin saber para qué les servía, se hicieron la señal de la cruz: una en la frente, para los malos pensamientos; otra en la boca, para las malas palabras; y por último, una en el pecho, para los malos sentimientos. Me causo curiosidad cómo los que estaban afuera, junto a mí esperando el bus, repitieron el gesto, incluso los que estaban al cruzar la calle; todos lo hacían de la misma forma: un gesto realizado sólo para aliviar sus pecados, como quien mira instintivamente su muñeca para saber la hora sin llevar reloj en ella.
Sin duda lo hacían sin tener consciencia de lo que hacían, el hacerse una cruz en la frente no va a hacer que dejes de tener malos pensamiento, ni mucho menos.
Me entretuve un rato viendo los rostros de los feligreses a través de grandes y cristalinas ventanas; fe y culpa era lo que veía en sus ojos. Cuando el sacerdote dio la orden de la iniciación de la lectura del evangelio todos por inercia, mecánicamente, como si lo hicieran sin saber para qué les servía, se hicieron la señal de la cruz: una en la frente, para los malos pensamientos; otra en la boca, para las malas palabras; y por último, una en el pecho, para los malos sentimientos. Me causo curiosidad cómo los que estaban afuera, junto a mí esperando el bus, repitieron el gesto, incluso los que estaban al cruzar la calle; todos lo hacían de la misma forma: un gesto realizado sólo para aliviar sus pecados, como quien mira instintivamente su muñeca para saber la hora sin llevar reloj en ella.
Sin duda lo hacían sin tener consciencia de lo que hacían, el hacerse una cruz en la frente no va a hacer que dejes de tener malos pensamiento, ni mucho menos.
domingo, 11 de marzo de 2012
Perfección.
La persona perfecta no existe. Si existiese implicaría un equilibrio en todos los aspectos de su vida. Teniendo en cuenta el concepto de entropía, cuando se está en equilibrio todo se detiene, ya no hay más nada por hacer; todo acabaría. Como personas, si fuésemos perfectos no tendríamos nada que mejorar, nada qué hacer, por lo que sencillamente la vida no tendría sentido, ni razón de ser. Desde que nacemos vamos en busca de esa perfección, pero nos morimos sin alcanzarla, nuestro cuerpo expira antes llegar a rozarla.
miércoles, 7 de marzo de 2012
Reflexiones.
La minoría –o mayoría, me atrevería a decir– de nosotros sabemos o tenemos una noción de todo lo «malo» que sucede. Sabemos que el Estado nos roba, que hay inocentes que mueren todos los días, que un mentiroso se salió con la suya, que la guerra no tiene sentido, que consumimos más de lo que deberíamos.
Pensar en eso a muchos nos frustra e indigna, otros prefieren no perturbarse con eso y creen que la felicidad está en la ignorancia. Los primeros no sabemos cómo esto no termina de una vez, si parece tan «sencillo». Sólo queremos una solución, la queremos de inmediato. Pero, muy pocas veces, nos detenemos a reflexionar sobre un tema en concreto, sabemos que muchas cosas están mal, creemos saber el porqué, pero en muchos caso no es así. Creemos que es sencillo solucionar muchas problemas, pero no nos percatamos que ni nosotros mismos sabemos qué queremos.
No tenemos en cuenta que no todo está escrito, siempre hay cambios, por lo que a muchos temas no se les puede poner fin, ni se puede concluir una verdad absoluta en muchos casos. Pero ésto no es excusa para seguir buscando la solución. Luchando es la única manera digna de vivir.
sábado, 11 de febrero de 2012
El Viejo
Recuerdo cuando estaba en último de secundaria, al salir de la escuela me gusta recorrer el Centro Histórico de la ciudad disfrutando de cada segundo que pasaba en él. Me encanta ver la cara de los turistas asombrados por tan hermosa ciudad, olvidándose de sus vidas monótonas en las grandes ciudades del mundo. Y es que recorrer esas pequeñas calles era como estar en otro tiempo, un pasado que siempre está presente.
Siempre tomaba un descanso en una de las bancas cerca del Reloj Público, en la Plaza de los Coches, era una costumbre ponerme a observar a los transeúntes de la Plaza. Un día me percaté de un viejo que siempre dejaba una pequeña mesa vieja que tenía pintado en grandes letras rojas: “Se reparan relojes para que no pierda el tiempo” y se posaba en la estatua de Pedro de Heredia en el centro de la Plaza. Después de varios días haciendo lo mismo, empecé a anotar en una hoja —que todavía conservo— la hora en que el viejo repetía la acción. Los tres primeros días pensé que era una coincidencia que la hora haya sido la misma, pero después de una semana mi curiosidad fue tanta que no pude dejar de hacer lo mismo.
Todos los días, como si fuera algo que no podía evitar, el viejo dejaba a las 2:45 p.m. su mesa vieja para posarse en la estatua de Pedro de Heredia durante quince minutos. A las cuatro recogía sus herramientas de trabajo en una mochila vieja y llena de parches, aseguraba su mesa amarrándola con unas cadenas a árbol que le brindaba el techo de su oficina. Por mi parte, ya no recorría el Centro, sino que iba directo a la Plaza de los Coches, me sentaba en la misma banca y me disponía a observar al viejo. Hacíamos lo mismo siempre: yo observarlo, él posarse en la estatua a la misma hora durante el mismo tiempo.
Un lunes, lo recuerdo bien, me senté en mi banca y el viejo no estaba en su mesa. Perturbada, pensé varios minutos qué podía hacer. Me preocupé por el viejo, algo le tuvo que haber pasado para no estar ahí. Miles de ideas pasaron por mi mente: quizás estaba cansado, de pronto se había refriado, quizás su esposa cumplía años… ninguna opción me dejó satisfecha. Tenía qué saber el porqué de su ausencia. Finalmente decidí acercarme al árbol donde estaban los demás relojeros para preguntar por el viejo:
—Niña, ¿qué se le ofrece? —dijo un señor tras ver mi inseguridad para preguntar.
—Señor, ¿no sabe dónde está el relojero de la mesa con grandes letras rojas? Hace un par días le deje un reloj y me dijo que viniera hoy por él —después de unos segundos el señor sacó una caja de madera, la abrió y me dijo que buscará mi reloj.
—Es éste rojo. Muchas gracias. ¿Cuánto le debo?
—No se preocupe él dejo todos éstos relojes para entregarlos a sus dueños.
—Permítame preguntarle, ¿dónde ésta el viejo relojero?
—Murió anoche —dijo el señor tras vacilar unos segundos—, se durmió y no despertó. Murió de viejo.
Tras oír estás palabras quedé anonadada. Miré mi reloj y eran las 2.45, camine lentamente hacía la estatua, me posé en ella y me quede hasta el atardecer.
Nunca supe por qué el viejo hacía eso, hoy todavía me lo pregunto mientras escribo esto en la banca donde me siento todas las tardes.
Siempre tomaba un descanso en una de las bancas cerca del Reloj Público, en la Plaza de los Coches, era una costumbre ponerme a observar a los transeúntes de la Plaza. Un día me percaté de un viejo que siempre dejaba una pequeña mesa vieja que tenía pintado en grandes letras rojas: “Se reparan relojes para que no pierda el tiempo” y se posaba en la estatua de Pedro de Heredia en el centro de la Plaza. Después de varios días haciendo lo mismo, empecé a anotar en una hoja —que todavía conservo— la hora en que el viejo repetía la acción. Los tres primeros días pensé que era una coincidencia que la hora haya sido la misma, pero después de una semana mi curiosidad fue tanta que no pude dejar de hacer lo mismo.
Todos los días, como si fuera algo que no podía evitar, el viejo dejaba a las 2:45 p.m. su mesa vieja para posarse en la estatua de Pedro de Heredia durante quince minutos. A las cuatro recogía sus herramientas de trabajo en una mochila vieja y llena de parches, aseguraba su mesa amarrándola con unas cadenas a árbol que le brindaba el techo de su oficina. Por mi parte, ya no recorría el Centro, sino que iba directo a la Plaza de los Coches, me sentaba en la misma banca y me disponía a observar al viejo. Hacíamos lo mismo siempre: yo observarlo, él posarse en la estatua a la misma hora durante el mismo tiempo.
Un lunes, lo recuerdo bien, me senté en mi banca y el viejo no estaba en su mesa. Perturbada, pensé varios minutos qué podía hacer. Me preocupé por el viejo, algo le tuvo que haber pasado para no estar ahí. Miles de ideas pasaron por mi mente: quizás estaba cansado, de pronto se había refriado, quizás su esposa cumplía años… ninguna opción me dejó satisfecha. Tenía qué saber el porqué de su ausencia. Finalmente decidí acercarme al árbol donde estaban los demás relojeros para preguntar por el viejo:
—Niña, ¿qué se le ofrece? —dijo un señor tras ver mi inseguridad para preguntar.
—Señor, ¿no sabe dónde está el relojero de la mesa con grandes letras rojas? Hace un par días le deje un reloj y me dijo que viniera hoy por él —después de unos segundos el señor sacó una caja de madera, la abrió y me dijo que buscará mi reloj.
—Es éste rojo. Muchas gracias. ¿Cuánto le debo?
—No se preocupe él dejo todos éstos relojes para entregarlos a sus dueños.
—Permítame preguntarle, ¿dónde ésta el viejo relojero?
—Murió anoche —dijo el señor tras vacilar unos segundos—, se durmió y no despertó. Murió de viejo.
Tras oír estás palabras quedé anonadada. Miré mi reloj y eran las 2.45, camine lentamente hacía la estatua, me posé en ella y me quede hasta el atardecer.
Nunca supe por qué el viejo hacía eso, hoy todavía me lo pregunto mientras escribo esto en la banca donde me siento todas las tardes.
lunes, 6 de febrero de 2012
Flor de luto
Amélie, una joven de 22 años, siempre soñó el resto de sus días al lado del hombre que amaba —aunque todavía no lo había encontrado— en una pequeña casa en medio de la nada con un gran jardín, adornado con todo tipo de flores: margaritas, rosas, crisantemos y muchas flores de loto, sus favoritas. Esa era su pasión disfrutar de como una pequeña semilla, sin ninguna belleza en especifica se podía transformar en algo tan hermoso como una flor. En su apartamento tenía muchas flores a cada una les daba un trato especial, sentía que su presencia la llenaba de vida.
Amélie tenía una rutina: se levanta a las 7, dedicaba exactamente treinta minutos a hacer ejercicios, a las 8 ya estaba lista para desayunar, después de hacerlo partía hacia la universidad. A la 1 almorzaba, cuando terminaba iba a una tienda de música donde trabajaba de 2 a 6:30, a las 7 estaba de nuevo en su apartamento donde cenaba y se dedicaba a hablar con sus plantas hasta que quedaba dormida.
A pesar de su soledad, Amélie era feliz, lo era porque disfrutaba de lo que tenía y porque al final de su vida no estaría sola.
Un día salió temprano de la universidad, así que decidió caminar por el parque, aunque muchos pensaban al verla que no estaba del todo bien, le encantaba oler todas las flores que allí había. Tenía la teoría de que las flores cambiaban de olor con su estado de ánimo. De repente sintió que caía en un abismo mientras olía una flor de loto, al despertarse estaba en una camilla sin entender lo que sucedía. Pasados dos minutos entro el médico a comunicarle lo sucedido, su cáncer de páncreas había hecho metástasis, es un cáncer asintomático por eso no había sentido nada antes, tan sólo le quedaba una semana de vida. Todo el futuro que en su mente había construido con un leve temblor se vino al piso. Se sentía perdida en el tiempo y en el espacio, su mente se alejó del mundo.
Con la muerte llega la compañía, con la noticia toda su familia fue a visitarla, se habían puesto de acuerdo para que no fueran todos juntos para que Amélie no creyera que sólo la visitaban por su inevitable pronta muerte. A ella poco le importaba eso, le era indiferente lo que sucedía a su alrededor, lo único que le importaba era tener sus flores junto a ella. Sintiendo lástima por ella accedieron a su petición, con la noticia seguro había perdido la razón.
Al cabo de una semana Amélie seguía viva, aunque no lo decía pensaba que era por las flores. Todos tuvieron que abandonar sus vidas para acompañarla, pero como no se había muerto todos se marcharon, ya iban a tener tiempo de volver a visitarla.
Cuando finalmente todos se fueron, sólo acompañada por sus flores Amélie se sumió en un sueño profundo, había llegado quien faltaba. La mañana siguiente al entrar la enfermera percibió un extraño olor, desconocido para ella, emanaba de las flores. Allí estaban ellas, pero no Amélie.
Amélie tenía una rutina: se levanta a las 7, dedicaba exactamente treinta minutos a hacer ejercicios, a las 8 ya estaba lista para desayunar, después de hacerlo partía hacia la universidad. A la 1 almorzaba, cuando terminaba iba a una tienda de música donde trabajaba de 2 a 6:30, a las 7 estaba de nuevo en su apartamento donde cenaba y se dedicaba a hablar con sus plantas hasta que quedaba dormida.
A pesar de su soledad, Amélie era feliz, lo era porque disfrutaba de lo que tenía y porque al final de su vida no estaría sola.
Un día salió temprano de la universidad, así que decidió caminar por el parque, aunque muchos pensaban al verla que no estaba del todo bien, le encantaba oler todas las flores que allí había. Tenía la teoría de que las flores cambiaban de olor con su estado de ánimo. De repente sintió que caía en un abismo mientras olía una flor de loto, al despertarse estaba en una camilla sin entender lo que sucedía. Pasados dos minutos entro el médico a comunicarle lo sucedido, su cáncer de páncreas había hecho metástasis, es un cáncer asintomático por eso no había sentido nada antes, tan sólo le quedaba una semana de vida. Todo el futuro que en su mente había construido con un leve temblor se vino al piso. Se sentía perdida en el tiempo y en el espacio, su mente se alejó del mundo.
Con la muerte llega la compañía, con la noticia toda su familia fue a visitarla, se habían puesto de acuerdo para que no fueran todos juntos para que Amélie no creyera que sólo la visitaban por su inevitable pronta muerte. A ella poco le importaba eso, le era indiferente lo que sucedía a su alrededor, lo único que le importaba era tener sus flores junto a ella. Sintiendo lástima por ella accedieron a su petición, con la noticia seguro había perdido la razón.
Al cabo de una semana Amélie seguía viva, aunque no lo decía pensaba que era por las flores. Todos tuvieron que abandonar sus vidas para acompañarla, pero como no se había muerto todos se marcharon, ya iban a tener tiempo de volver a visitarla.
Cuando finalmente todos se fueron, sólo acompañada por sus flores Amélie se sumió en un sueño profundo, había llegado quien faltaba. La mañana siguiente al entrar la enfermera percibió un extraño olor, desconocido para ella, emanaba de las flores. Allí estaban ellas, pero no Amélie.
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